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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

31 de diciembre de 2010

Los reyes de Francia, ¿fueron fieles a la catolicidad?



por Jean Dumont (para conocer algo del autor haga click sobre
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Tomado de
Comunión Tradicionalista




EL DERECHO DIVINO A LA DERIVA



uestra adhesión a la nación, ante todo si se refiere a empresas temporales, es una exigencia natural pero secundaria. Nuestra obligación principal y primaria es la adhesión a la fe católica. Partiendo de esta verdad, se impone un examen de conciencia católico sobre nuestro patriotismo. Examen que revela la existencia en nuestra monarquía sacral de una desviación o atentado, que ha constituido de larga data el origen, -en un avance sin prisa pero sin pausa- del laicismo destructor de la fe que caracteriza a nuestro país.

No es por un desgraciado azar que nuestro país será, con la Revolución francesa, el primer modelo absoluto de este laicismo destructor. El claro atentado contra el papado, manifestado en la aprobación efectuada por Luis XVI de la revolucionaria Constitución civil del clero, no hubiera podido expandirse libremente de no haber estado profundamente enraizado en nuestro pasado monárquico. Como señala Jaurès, la Constitución civil no sólo laicizaba al estado sino también a la Iglesia francesa en contra de Roma. Aunque Luis XVI se redimirá muriendo como admirable mártir en la defensa del clero fiel a Roma, no pudo escapar inicialmente a esta desviación.

El nacimiento del espíritu laico en la monarquía

El origen de esta desviación es remoto. Proviene de la ambigüedad en la que se ha desarrollado, a partir de un cierto momento histórico, nuestro Estado monárquico, operando así el carácter laico y nacionalista de su catolicismo. Hablando con claridad, éste carácter se origina en la infidelidad de hecho, en cuanto Estado, a su vocación católica, y todo bajo apariencia de sacralización.

Estas características fundacionales no son evidentes sino hasta la finalización del siglo XIII, ya que nuestra primera Edad Media, modelo de pureza monárquica católica en su florecimiento final con San Luis, queda indemne. Por un misterio de iniquidad, todo pierde su control con el nieto de San Luis, su heredero directo y casi inmediato, Felipe el Hermoso. La ruptura se produce más precisamente en 1298 bajo su reinado. En este año, por primera vez, la cancillería del rey ungido que desde la época carolingia había sido dirigida naturalmente por un eclesiástico, queda en poder de un combativo legista laico, Pierre Flotte. Según los especialistas Riché y Lagarde, es éste el antecedente dramático para la monarquía francesa de lo que ellos llaman “el surgimiento del espíritu laico”.

Felipe el Hermoso, rey ungido, resulta así el único -a mi entender- que en Europa osó poner su mano sobre el Papa en una tentativa cuidadosamente organizada, dirigida a desplazarlo por la fuerza y deponerlo. Hecho que ocurrió luego de haber ordenado la redacción del texto falsificado de una bula pontificia impuesta a nuestros Estados Generales y a nuestro clero en 1302. Éste fue el primer abuso, el primer atentado fundador, que llamamos “el atentado de Anagni” (1303). Ya que, en el fondo, nuestra Revolución, al desplazar y dejar morir prisionero en Valence al papa Pío VI logrará con éxito lo que Felipe el Hermoso ya había intentado contra el papa Bonifacio VIII en el siglo XIV.

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La legitimación de la Sodomía



por Baldasseriensis

Tomado de Radio Convicción.



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a humanidad conocía el pecado de sodo­mía desde los tiempos del santo patriarca Abrahán. Dicho pecado provocaba la justa ira de Dios -«propter quod ira Dei venit in filios diffidentiae» [«por el cual cayó la ira de Dios sobre quienes le desafiaban»] (en Praecepta antiquae diócesis rotomagensis [Car­tas pastorales de la antigua diócesis de Rouen])-, destructora de las ciudades co­rrompidas (Gn 18,16-33; 19,1-29). No le corresponde, pues, a la modernidad la triste glo­ria de haber alumbrado el pecado inmundo; pero, en cambio, es propia de nuestra época la negación más radical que darse pueda de la ley natural, una negación que llega hasta a ha­cer caso omiso de la perversión homosexual.

A partir de las denominadas "luchas por los derechos civiles de los homosexuales", que se entrelazaban miserablemente con la re­volución sexual, todo Occidente se fue convenciendo, poco a poco, de la naturaleza ano­dina de las relaciones sexuales; de ahí que éstas se reduzcan, en su opinión, nada más que a una cuestión de gustos incensurables, que se pueden satisfacer libremente en la más absoluta negación de toda naturaleza y/o fi­nalidad de la sexualidad.

Si a tal convencimiento pseudomoral, que arraiga y prospera en el terreno abonado del convencionalismo ético-jurídico de Occiden­te, se le suma el ideal romántico del sentimiento irracional del amor (pasión erótica) en tanto que valor absoluto en sí y justificación de cualquier acto (es la interpretación román­tico-vitalista del agustiniano «ama et fac quod vis» [«ama y haz lo que quieras»], «V error de'ciechi che si fanno duci» [«el error de los ciegos que se hacen guías de los demás»] cuando dicen «ciascun amor in sé laudabil cosa» [«todo amor es laudable en sí»]: Pur­gatorio XVIII, vv. 18 y 36), es fácil com­prender la exaltación actual de la homose­xualidad en tanto que forma de amor lícita y, por ende, con derecho a reivindicar del Estado un reconocimiento legal que la equipare, en todos los aspectos, con la heterosexualidad.

La superación de los sexos en el concep­to artificioso de "género", así como la equiparación de la homosexualidad con la heterosexualidad, se hallaban ya presentes, im­plícitamente, en la filosofía moderna y en el derecho liberal, aunque no han llegado a rea­lizarse por completo hasta nuestros días. Una vez dicho esto, que era necesario para atri­buir a los hechos contingentes su justo peso respecto de las ideologías en que se funda­mentan, mucho más radicales, no podemos pasar en silencio el hecho de que Occidente presenta hoy, en la mejor de las hipótesis, le­gislaciones neutrales respecto de los actos ho­mosexuales, a los que se acepta ya como lí­citos y respetables. La denominada "cuestión antropológica" es mucho más antigua, cierta­mente, y hunde sus raíces en la modernidad (antes aún, a decir verdad: en algunas anti­guas herejías). Las raíces de los errores son viejas, pero su floración es relativamente re­ciente.

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31 de Diciembre, Festividad de San Silvestre I, Papa







an Silvestre, con ese aire de despedida del año viejo, tiene una significación especial en la historia de la Iglesia, no ya sólo por sus virtudes, sino también por la época difícil y maravillosa, a su vez, que le tocó vivir.

Debido a esta circunstancia, no es extraño que su venerable figura haya ido recogiendo a través de los siglos una multitud de leyendas piadosas, haciendo difícil distinguir entre ellas lo que pueda haber de falso o de verdadero. De San Silvestre nos hablan, casi por encima, los primeros historiadores cristianos: Eusebio de Cesarea, Sócrates y Sozomeno. Más noticias encontramos en la relación de los papas que trae el Catalogo Liberiano y, sobre todo, en la multitud de detalles con que adorna su vida el famoso Pontifical Romano. Fue compuesta esta obra en diversos tiempos y por diversos autores, y en lo que toca a San Silvestre, recoge de lleno sus célebres actas, elaboradas durante el siglo v, y que, a pesar de ser admitidas por algunos Padres antiguos, fueron siempre consideradas como espúreas por la Iglesia de Roma.

El hecho de mezclar lo verídico con lo fabuloso, dieron a las actas de San Silvestre un gran predicamento durante toda la Edad Media, aunque pronto fueron cayendo en desuso, teniendo en cuenta, sobre todo, los dos hechos principales que en ellas se mencionan: la curación y conversión de Constantino y la donación que el emperador hace al papa Silvestre, no ya sólo de Roma, sino también de Italia y, como algunos llegaron a suponer, de todo ei Imperio de Occidente. Baronio, el autor de los Anales eclesiásticos, supone la autenticidad de las mismas y recurre al testimonio del papa Adriano I, que en el siglo Vlll las tiene como tales en una carta a los emperadores Constantino e Irene, cuando la lucha por las imágenes. Son citadas a su vez en la primera decretal del concilio II de Nicea, y autores no muy lejanos de la época, como San Gregorio de Tours y el obispo Hincmaro, traen a colación el bautismo de Constantino cuando narran el no menos famoso de Clodoveo.

La leyenda del bautismo parece estar tomada de una vida romanceado de San Silvestre, cuya fecha y patria se desconocen, pero que bien pudieran ser de la segunda mitad del siglo v. Duchesne la hace venir de Oriente, por el camino que trajeron todas las que se referían a la invención de la santa cruz, a Santa Elena y al mismo Constantino. Para otros, sin embargo, toda la leyenda tiene un carácter netamente romano.

Eusebio, el nada escrupuloso panegirista del emperador, nos dice con toda sencillez que Constantino fue bautizado al fin de su vida en Helenópolis de Bitinia, y nada menos que por un obispo arriano, Eusebio de Nicomedia. De ser cierto lo de las actas, no lo hubiera pasado por alto de ninguna de las maneras, pues vendría muy bien para exaltar la figura de aquel emperador, a quien hace lo posible por presentar como un príncipe simpatizante en todos sus hechos con el cristianismo. La costumbre, sin embargo, de aquellos tiempos, y, sobre todo, las disposiciones en que se encontraba el mismo Constantino, parecen convencer en seguida de lo contrario. Es verdad que manifiesta una verdadera simpatía por la nueva religión, pero no por eso deja de vivir en su juventud el paganismo depurado de su padre, Constancio Cloro. Cuando se proclama emperador en el año 306, adopta con la diadema el culto a la tetrarquía romana, y especialmente el de Júpiter y Hércules. Su contacto con los cristianos le lleva a un monoteísmo especial, que se concreta en el culto del sol invictus. Mas tarde, cuando vence a su rival Majencio en el 312, Constantino aparece identificado del todo con el cristianismo; pero este es supersticioso y con gran reminiscencia pagana. De hecho, nunca abandona las atribuciones de pontífice máximo, concibe el cristianismo como una religión imperial, semejante a la anterior, y en su misma vida no ofrece nunca las características de un auténtico convencido.
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30 de diciembre de 2010

¿Es compatible la Revelación con la evolución?






por el R.P. José María Mestre

Tomado del Blog Stat Veritas







Teilard de Chardin, uno de los principales exponentes del “evolucionismo cristiano”.






lo largo del Concilio y del postconcilio se ha realizado en la Iglesia toda una labor de aggiornamento, esto es, de actualización o de compa­ginación con el mundo moderno y con su pensamiento, que le ha permitido —supuestamente— purificar sus principios y valores y asimilarlos dentro de la doctrina católica.

Uno de los postulados que había que purificar y asi­milar es el de la evolución. De hecho, desde el Conci­lio, exegetas y teólogos han intentado aplicar la idea de evolución a todo, incluso a la religión, que desde formas primitivas (totémicas y demoníacas) se habría ido trans­formando primero en politeísmo y luego en monoteís­mo, hasta llegar a las tres grandes culturas monoteístas, a saber, judaísmo, cristianismo e islamismo; y también se la han aplicado a las Divinas Escrituras, cuyos libros no habrían sido redactados de un tirón por personas in­dividuales, sino muy gradualmente, a través de los si­glos, por muchas manos anónimas, hasta llegar al esta­do en que las tenemos actualmente.

Y es que la evolución, para el hombre moderno, ha llegado a ser, más que un hecho científico y demostra­do, un modo de concebirlo y de pensarlo todo, o como se dice hoy, una cosmovisión.

Esta cosmovisión se aplica al origen del hombre y de las cosas como un principio casi evidente, que nadie puede ni debe discutir. Eso de que el hombre fue crea­do por Dios a partir del barro, y Eva a partir de Adán, y que todo fue hecho por Dios como se indica en los seis días de la creación, es un cuentito que se creía antes, o por decirlo más educadamente, era la manera de conce­bir las cosas en un pasado; pero hoy, con toda la ciencia y progreso modernos, esta visión de las cosas ya no es posible.

Veamos, si no, a modo de ejemplo, la explicación que el Padre Maximiliano García Cordero da de la crea­ción del hombre. En sus comentarios a la Biblia Nácar-Colunga[1], dice respecto a este punto: “La formación del hombre del polvo es una concepción primitivista y folklórico-ambiental que no prejuzga el problema del posi­ble origen evolucionista del hombre”. Y en su libro “Problemática de la Biblia”, el mismo Padre explaya más extensamente la afirmación anterior. Sigamos su explicación, que servirá de status quaestionis de nuestro artículo.

“Como siempre —nos dice el Padre Cordero, ha­blando de la creación del hombre—, el autor bíblico da una solución religiosa a un misterio que la ciencia mo­derna explicará hoy con nuevas categorías mentales a base de lo que en filosofía se llaman «causas segun­das». Los hagiógrafos, en su visión religiosa de la rea­lidad del mundo y de la vida, simplifican los problemas viendo a Dios interviniendo directamente en todo. Hay que tener en cuenta este modo de pensar y de expresar­se para luego calibrar el sentido de sus afirmaciones dentro de unas concepciones religiosas de su época”.

Por lo tanto, sigue diciendo nuestro autor, “sería in­fantil entender [la creación del hombre] al pie de la le­tra, ya que es una concepción antropomórfica y folkló­rica. Lo que interesa es la lección religiosa que supo­ne: el hombre salió de las manos de Dios, y por ello con una dignidad excepcional dentro de la creación”.

Igualmente, “la leyenda de que la mujer fue tomada del cuerpo del varón («será llamada varona, porque del varón fue tomada», Génesis, 2, 23) encuentra su para­lelo en el folclore de los diversos pueblos de la antigüe­dad, ya que la leyenda de los hombres andróginos (se creía que, al principio, el hombre y la mujer estaban materialmente pegados, y que después fueron violenta­mente separados) estaba muy extendida entre los hom­bres de las culturas primitivas. Es una explicación po­pular y primaria de la atracción irresistible de los se­xos: si el hombre y la mujer en todos los tiempos y lati­tudes se buscan para unirse corporalmente, es porque en un principio estuvieron fisiológicamente unidos”[2].

Hoy en día, concluye el Padre García Cordero, el planteo ya no es religioso, sino científico: “Los paleo-antropólogos deducen que el proceso de «hominización» ha sido muy lento a través de decenas de milenios antes de la aparición del «homo sapiens» en el período cuaternario, hace más de un millón de años. El proce­so de «cefalización» culminaría a través de las edades en la manifestación de la conciencia refleja, la deducción lógica elemental y el principio del progreso, que encontramos ya claramente en el paleolítico... Ante es­te planteamiento científico, ¿cuál es la enseñanza de los textos sagrados? Ya hemos indicado que los autores sa­grados se sitúan en sus explicaciones dentro del ángulo exclusivo de la enseñanza religiosa sin pretensiones científicas, que no se han de pedir a gentes que vivieron hace tres mil años en un ambiente cultural embrionario como los hebreos... El planteamiento de la teoría evo­lucionista escapa a su planteamiento, porque no la co­noce. Por lo tanto, no da un juicio sobre ella. Esto quiere decir que la Biblia ni patrocina ni se opone al origen evolucionista del hombre. Esto es una cuestión que tiene que decidir la investigación científica moder­na. A los autores bíblicos sólo les interesa dejar bien asentado que el hombre viene de Dios, lo que no com­promete la teoría evolucionista sobre el origen del hom­bre”[3].

¿Es tan así? ¿Será cierto que “la Biblia ni patrocina ni se opone al origen evolucionista del hom­bre?”1. Por supuesto, el Padre Cordero rechaza la tesis del Evolucionismo ateo, en el cual Dios no intervendría para nada; pero intenta asimilar el Evolucionismo en una versión que sea compati­ble con la doctrina cató­lica, una Evolución en la que Dios habría dirigido las cosas de tal manera que tendría razón la Bi­blia desde un punto de vista religioso, al atribuir dicha Evolución a Dios, y tendría razón también la Ciencia desde un pun­to de vista científico, al explicar el largo proceso como Dios pudo valerse de causas segundas, para hacer emerger al hom­bre, en un largo período de “hominización” y de “cefalización”, de for­mas inferiores de vida. Tomar la Biblia al pie de la letra estaría mal, pues sería no tener en cuenta los aportes de la Ciencia, debidamente purificados; como también es­taría mal tener en cuenta sólo a la Ciencia, sin conside­rar la respuesta religiosa de la Biblia.

Tal visión, volvemos a preguntar, ¿es defendible pa­ra un católico? A ello trataremos de contestar en el pre­sente artículo.
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30 de Diciembre. San Sabino, Obispo y Mártir.






an Sabino, obispo de Asís, invitado a adorar una estatua de Júpiter, la tomó en sus manos y la arrojó al suelo, donde se hizo pedazos. El gobernador le hizo cortar las manos y lo condenó a morir en prisión perpetua. El juez a cuya guarda fuera confiado se convirtió al ver sus milagros y, a su vez, padeció el martirio poco después de la muerte de San Sabino.

Biografía de Santo Tomás de Aquino (2)







por Gilbert K. Chesterton


Tomado de La Editorial Virtual
















II El Abate Fugitivo

omás de Aquino, de un modo extraño y simbólico, procedía del mismo centro del mundo civilizado de su tiempo; del nudo o espiral de poderes que en ese momento controlaban a la cristiandad. Está relacionado con todos ellos; incluso con algunos que podrían muy fácilmente ser descriptos como destructores de la cristiandad. Para él, toda la controversia religiosa, toda la controversia internacional, fue una controversia de familia. Nació en la púrpura, casi literalmente en la cima de la púrpura imperial desde el momento en que su propio primo era el Emperador del Sacro Imperio. Podría haber colocado a la mitad de los reinos de Europa en su escudo – si no hubiera arrojado ese escudo a un lado. Fue italiano, francés y alemán; y europeo en todo sentido. Por un lado heredó la energía inherente al episodio de los Normandos cuyas extrañas campañas organizadoras sonaron y tamborilearon como nubes de flechas por todos los rincones de Europa; con una de ellas siguiendo al Duque Guillermo, lejos, hacia el norte, a través de las cegadoras nieves de Chester mientras la otra, siguiendo senderos griegos y púnicos, llegaba a través de la isla de Sicilia hasta las puertas de Siracusa. Otro lazo de sangre lo unía a los grandes emperadores del Rin y del Danubio que proclamaban portar la corona de Carlomagno. El rojo Barbarroja, que duerme bajo el caudaloso río, fue su tío abuelo y Federico II, el “Maravilla del Mundo”, su primo segundo. Y, sin embargo, cien lazos más íntimos lo ataban a la intensa vida interior, a la vivacidad local, a las pequeñas naciones amuralladas y a los miles de santuarios de Italia. Habiendo heredado un parentesco físico con el Emperador, sostuvo, por lejos con mayor firmeza, un parentesco espiritual con el Papa. Entendió el significado de Roma y el sentido en que Roma continuaba gobernando al mundo; y no se inclinó a pensar que los emperadores alemanes de su tiempo conseguirían ser realmente romanos desafiando a Roma; como que tampoco lo habían conseguido los emperadores griegos de una época anterior. A este entendimiento cosmopolita desde su posición heredada le añadió luego muchas cosas propias que contribuyeron al entendimiento mutuo entre los pueblos y le dieron algo del carácter de un embajador y de un intérprete. Viajó mucho; no sólo fue bien conocido en París y en las universidades alemanas sino que, casi con certeza, visitó Inglaterra; probablemente fue a Oxford y a Londres; y se ha comentado que podríamos estar siguiendo sus pasos y los de sus acompañantes dominicos cuando bajamos al río hasta la estación de ferrocarril que todavía hoy lleva el nombre de Black-friars [15] Pero la verdad se aplica tanto a los viajes de su mente como a los de su cuerpo. Estudió la literatura de hasta los adversarios del cristianismo con mucha más atención e imparcialidad que lo acostumbrado en su época; realmente trató de comprender el aristotelismo árabe de los musulmanes y escribió un tratado muy humano y razonable sobre el problema del trato a los judíos. Siempre intentó verlo todo desde adentro, aunque ciertamente tuvo la suerte de haber nacido en el interior del sistema político y de la alta política de sus días. Lo que pensó de todos ellos podrá quizás ser inferido del próximo capítulo de su historia.

Santo Tomás podría así representar muy bien al Hombre Internacional, tanto como para pedir prestado el título de un libro moderno [16]. Pero sería justo recordar que vivió en una época internacional; en un mundo que fue internacional en un sentido no sugerido por ningún libro moderno ni por ninguna persona moderna. Si recuerdo bien, el candidato moderno para el puesto de El Hombre Internacional fue Cobden, que fue un hombre casi anormalmente nacional, estrechamente nacional; un sujeto muy refinado pero alguien a quien es difícil imaginar moviéndose en otra parte que no sea entre Midhurst y Manchester. Tuvo una política internacional y se dedicó a viajes internacionales; pero si siempre permaneció siendo una persona nacional ello fue porque siguió siendo una persona normal; y eso fue lo normal en el Siglo XIX. Pero no lo fue en el XIII. En ese siglo, una persona de la influencia internacional de Cobden casi hubiera podido ser alguien de nacionalidad internacional. Los nombres de naciones, ciudades y lugares de origen no tenían entonces esa connotación de profunda división que es la característica del mundo moderno. A Tomás de Aquino, siendo estudiante, le pusieron el sobrenombre de “el buey de Sicilia”, a pesar de que su lugar de nacimiento está cerca de Nápoles, y esto no le impidió a la ciudad de París considerarlo simple y concretamente como parisino porque había sido una gloria de la Sorbona, a tal punto que la ciudad propuso enterrar sus huesos allí cuando falleciera. O bien, para mencionar un contraste más obvio con los tiempos modernos, considérese lo que se entiende en el lenguaje moderno por “profesor alemán”. Y después téngase presente que el más grande de todos los profesores alemanes, Alberto Magno, fue también una de las glorias de la Universidad de París y fue en París que Aquino lo conoció. Imaginen un moderno profesor alemán que se hace famoso en toda Europa por la popularidad de sus clases en París.

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29 de diciembre de 2010

Revuelo moral en torno al preservativo: La respuesta de Monseñor Schooyans[1]

Por Mons. Michel Schooyans

Mons. Michel Schooyans es catedrático emérito de Filosofía política y de ideologías contemporáneas de la Universidad Católica de Lovaina. Es miembro de la Academia Pontificia para la Vida, de la Academia Pontificia de las Ciencias Sociales y de la Academia Mejicana de Bioética. Es consultor del Consejo Pontificio para la Familia.

Visto en Stat Veritas


Fuente: LRP-DDF


espués de las declaraciones del Papa sobre el preservativo, vertidas en el libro-entrevista realizado por Peter Seewald —declaraciones que L’Osservatore Romano sacó de contexto y que fueron explotadas mundialmente para anunciar una “modificación” de la moral sexual predicada por la Iglesia—, resulta que no sólo los enemigos del lenguaje tradicional de la Iglesia aprovechan de la brecha abierta sino también ciertos “investigadores”, moralistas y teólogos, que justifican su uso y que incluso ridiculizan a los que advierten que no puede confiarse en él para evitar embarazos o infecciones letales. Al contrario, según ellos su empleo constituiría un “mal menor”, legitimado para no infectarse con SIDA y que también podría recomendarse en caso de relaciones extramaritales para evitar “la injusticia” del nacimiento de un vástago adulterino…
El blog de Sandro Magister —“bien informado” y de tono generalmente tradicional— ha concedido últimamente un amplio espacio a estos comentarios, a fin de exponer más a los “intransigentes”, que se preguntan por qué la Iglesia debería ocuparse en enseñar de qué manera se puede pecar bien.
Es así como se instala una enorme confusión, tal como ocurrió tras los hechos de Recife[2]. Entonces como ahora, Mons. Michel Schooyans salta a la palestra con un texto que escribió en 2005, cuya difusión promueve ya que allí se dice todo.


El SIDA y el preservativo.

Es bien sabido que algunas personas contrajeron SIDA sin ninguna responsabilidad moral de su parte. Esta enfermedad puede haber sido transmitida en razón de una transfusión de sangre, por un error médico o por un contacto accidental. Hay miembros del personal sanitario que se han infectado por haberse ocupado de enfermos seropositivos.
Aquí no examinaremos estos casos. Nos ocuparemos de las declaraciones publicadas en estos últimos años, hechas por diversas personalidades importantes del mundo académico y/o eclesiástico; se trata sobre todo de moralistas y de pastores, a los cuales llamaremos “dignatarios”. Omitiremos dar sus nombres para evitar toda personalización del debate y para focalizar la atención en la discusión moral[3].


Desorden y confusión.

Estas declaraciones que atañen al uso del preservativo en casos de SIDA han sembrado con frecuencia mucho desorden en la opinión pública y en la Iglesia. La mayor parte de las veces vienen acompañadas de comentarios inauditos acerca de la persona y de la función del Papa, y sobre la autoridad de la Iglesia. De paso, también se encuentra el habitual listado de quejas en relación a la moral sexual, al celibato, la homosexualidad, la ordenación de mujeres, la comunión de los divorciados vueltos a casar, los abortistas, etc. Una ocasión más para globalizar los problemas…
Estos dignatarios se han expresado con clara complacencia en los medios de comunicación. Argumentaron a favor del preservativo en caso de peligro de contagio de la pareja no infectada con el SIDA. Según ellos, la Iglesia debería cambiar su enseñanza en esta materia.
Estas declaraciones provocan gran confusión en la opinión pública; confunden a los fieles, dividen a los sacerdotes, sacuden al episcopado, desacreditan al colegio cardenalicio, socavan el magisterio de la Iglesia y apuntan frontalmente al Santo Padre. La revuelta sobre estos temas ya había sido encarada por otros, que hoy por hoy o están muertos, o están jubilados. En la actualidad, sin embargo, estas declaraciones generan a menudo consternación, porque la gente espera que los dignatarios actúen con más prudencia y con mayor precisión moral, teológica y disciplinar. Influenciados por las ideas en boga en ciertos ambientes, estos dignatarios se embarcan en la “justificación” del uso del preservativo inventando una “argumentación” con expedientes tales como el del “mal menor” o “el voluntario indirecto”.
Uno de estos dignatarios llegó al punto de decir que si se quiere evitar infringir el quinto Mandamiento, el uso del preservativo es un deber moral. En efecto —se dice—, si un infectado con SIDA no quiere la abstinencia, tiene el deber de proteger a su pareja, y el único medio de hacerlo en ese caso es recurrir al preservativo.
Semejantes afirmaciones no pueden sino ser desconcertantes; son reveladores de una comprensión parcial y trunca de la moral natural, y en particular de la moral cristiana[4]. La manera de presentar la temática es, como mínimo, cosa sorprendente.
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29 de Diciembre, Conmemoración de Santo Tomás Becket, Arzobispo de Canterbury, Obispo y Mártir



omás Becket, el arzobispo de Canterbury, ha muerto asesinado. Es el atardecer del 29 de diciembre de 1170. La noticia salta de caballo en caballo, de mar en tierra, y atraviesa la cristiandad sobrecogiéndola de estupor. Ha sucedido acaso—dirá luego la historia—el mayor acontecimiento de la época. Sólo dos años más con dos meses el 2 de febrero de 1173, y Tomás de Londres, por boca del papa Alejandro llI, comenzará a ser, y para siempre, Santo Tomás Cantuariense. Otro año más julio de 1174. El enemigo mortal del arzobispo, el presunto instigador del crimen, Enrique de Plantagenet, soberano de Inglaterra y de media Francia, camina a pie desnudo hacia la catedral de Canterbury; desciende a la cripta, junto al sepulcro de su víctima cae de rodillas. Y el cóncavo recinto cruje mientras los látigos de penitencia chasquean en las espaldas de un rey. Indudablemente estamos en la Edad Media "enorme y delicada". A través de los siglos, generaciones de ingleses acudirán a venerar las reliquias del campeón de los derechos de la Iglesia, "el mártir de la disciplina", como le llamará Bossuet en famoso panegírico, cuya biografía alcanza la tensión de una apasionante novela.

La crítica histórica se ha encargado de disipar cierta poesía legendaria trenzada en torno al origen de Tomás Becket. En realidad, no hay tal princesa sarracena enamorada que cruza Europa repitiendo las dos únicas palabras de su vocabulario inglés: "Londres", "Becket", hasta encontrar, por fin, al antiguo cruzado, hacerle su marido y darle más tarde un hijo santo: no. El niño nacido en Londres el día de Santo Tomás de 1118 procede de burgueses normandos y su padre es sheriff de la ciudad. Los canónigos regulares de Merton se encargarán de iniciarle en los libros, hasta que un día, cuando los reveses se hayan cebado en la hacienda familiar, tenga que dedicarse al trabajo en casa de un pariente londinense. A los veinticuatro años de edad, huérfano ya durante tres, Tomás entra al servicio del arzobispo cantuariense Teobaldo y emprende la carrera eclesiástica. Recibe las órdenes menores, sube al diaconado en 1154, acumula prebendas y beneficios, y pronto se ve encaramado al relevante puesto de arcediano. Teobaldo se ha dado perfecta cuenta de la valía del joven eclesiástico y no vacila en confiarle delicadas misiones en el Vaticano. Incluso en el grave problema de la sucesión al trono pesa la voz del novel diplomático. El es quien inclina a su indeciso prelado y al propio papa Eugenio III por la causa de Matilde, la hija del difunto rey Enrique y actual esposa del conde de Anjou. En consecuencia, a la muerte de Esteban, a la sazón en el trono, la corona recaerá en el hijo de Matilde, Enrique de Plantagenet.

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28 de diciembre de 2010

¿Pero hubo alguna vez un laicismo sano?




por el R.P. Angel David Martín Rubio



Tomado de su sitio Desde mi campanario









uando se habla de sano laicismo, cabría preguntarse —retóricamente— si se trata de proponer la doctrina católica acerca de las relaciones Iglesia-Estado bajo un aspecto que resulte agradable a los oídos de nuestros contemporáneos. En tal caso, apenas cabría otro reproche que el que reciben los oportunistas más o menos bien intencionados. Pero si se tratara —en este caso no hay retórica en la afirmación— de asumir las categorías propias del pensamiento moderno en lo que a este asunto se refiere, tendríamos ante los ojos una manifestación más de que la crisis que atraviesa la Iglesia Católica se sitúa en un terreno que afecta a la propia conservación de la verdad que le ha sido encomendado custodiar.

El filósofo Romano Amerio formuló una ley de la conservación histórica de la Iglesia en los siguientes términos: la Iglesia está fundada sobre el Verbo Encarnado, es decir, sobre una verdad divina revelada y recibe la gracia necesaria para acomodar su propia vida a dicha verdad. La Iglesia no peligra en caso de no acomodarse a la verdad sino cuando se pone en situación de perder la referencia a la verdad. La Iglesia peregrinante no es dinamitada por efecto de las debilidades humanas sino por aquéllos que llegan a cercenar el dogma y formular en proposiciones teóricas las depravaciones que se encuentran en la vida. O como algunos lo explican, de manera más sencilla aunque no menos profunda: hace más daño una idea equivocada que un fallo moral.

La contradicción inherente a la reivindicación del laicismo radica en que no se puede afirmar un criterio moral ante los resultados concretos que resultan de la aplicación de un sistema político (por ejemplo, determinadas leyes o, de manera más genérica, la degradación moral y la corrupción) mientras que ese mismo criterio se difumina a la hora de valorar los principios sobre los que descansa ese mismo sistema. Se aprueba el árbol y después se rechazan los frutos.

Los resultados de esta incongruencia son dos que enumeró en su día el entonces Obispo de Cuenca, don José Guerra Campos, sin que hasta ahora hayamos notado ninguna rectificación del rumbo adoptado.

1. Desde fuera de la Iglesia: sorpresa, escándalo, reacción airada, cuando alguien aduce la Doctrina católica en casos como las leyes del divorcio, del aborto, la permisividad corruptora de los jóvenes... Incluso algunos pseudo-teólogos se hacen eco de planteamientos como éste al decir: si hemos aceptado la democracia, ahora tenemos que asumir las consecuencias y no tenemos derecho a quejarnos de las decisiones tomadas en cada caso por la mayoría.

2. En el interior de la Iglesia asistimos al debilitamiento y la ambigüedad de la misma enseñanza destinada a orientar las conciencias que se limita a ofrecer sugerencias, más o menos dignas de consideración, olvidando así su obligación, por mandato divino de decir a todos lo que obliga moralmente (Cfr. Mt 28, 19-20).
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Otra vez "Gran Hermano"



por el Dr Aníbal D´Angelo Rodríguez



Tomado del Blog de Cabildo








espués de lo que escribí en el número anterior sobre “Gran Hermano”, seguí su desarrollo, pero centrándome esta vez en las conversaciones de los participantes. Me quedaron dos sensaciones: la primera es que el grupo, elegido en todo el país, era bastante representativo, no digo de toda la juventud argentina, pero sí de una ancha franja de ella que responde a los estereotipos, a los usos, costumbres y lenguaje de los actuales participantes de “Gran Hermano”. La segunda conclusión es que estos pobres chicos son la primera generación que ha crecido con una ignorancia total de toda cosa ajena a lo que ven por televisión, lo que leen en las revistas dirigidas a ellos y lo que aprenden de las canciones que cantan. Más algunos retazos confusos de lo que aprendieron en su paso por el sistema de enseñanza (estatal o privado, católico o laico, en términos generales, lo mismo da).

Hijos de padres de la generación sesentista, no tienen referencias culturales ni relación emocional alguna que no haya pasado por el filtro de la televisión. Son, como decía Ortega, los primeros “bárbaros asomados por escotillón” (es decir, bárbaros no venidos de tierras lejanas, sino nacidos en la misma civilización que van a destruir).

Su conversación es el bar-bar que originó su nombre y del que se burlaban los griegos. Usan un lenguaje de quinientas palabras, mechado de muletillas que ya se han convertido en un componente inevitable de lo que se dice.

Un episodio significativo: en un momento determinado hacen una especie de apuesta con “Gran Hermano”. Durante un tiempo determinado no dirán malas palabras. Ponían en juego la cantidad y calidad de lo que comerían durante una semana. Pues bien, les fue imposible —materialmente imposible— dejar de decir cada tres minutos la palabreja que empieza con b y que hoy está presente en toda conversación entre jóvenes argentinos. Perdieron la apuesta.

Rectifico, pues, mis conclusiones anteriores. Lo más importante e impresionante de “Gran Hermano” es la espantosa radiografía de una parte grande de nuestra juventud. Nada saben que sobrepase el nivel elemental de sus intereses inmediatos, de sus pequeños afectos. Hay sexo de sobra, pero lo más grave no es la irresponsabilidad con que se maneja, sino la falta de pasión: se trata de un ejercicio agradable y divertido, poco costoso, en el que no ponen más de lo que esa descripción pide. Sus iguales recibirán sin resistencia, pero con la falta de atención con que oyen todo, las clases de sexualidad que les dará el Estado. Para ambos —alumnos y Estado— el sexo no pasa de ser una técnica y en él solamente pueden aprenderse métodos. Cualquier discurso “metafísico” que intente sobrepasar el nivel de lo instrumental será respondido con un cierre total de los oídos.
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Biografía de Santo Tomás de Aquino (1)






por Gilbert K. Chesterton


Tomado de La Editorial Virtual
















Nota Introductoria

ste libro no tiene más pretensión que la de ser un esquema popular de una gran personalidad histórica que debería ser más popular. Su objetivo estará cumplido si lleva a quienes apenas si han escuchado algo sobre Santo Tomás de Aquino a leer acerca de él en libros mejores. Pero de esta limitación necesaria se desprenden ciertas consecuencias que, quizás, deberían estar permitidas tratar desde el comienzo.

En primer lugar, se desprende que la historia está contada en gran medida para quienes no son de la comunión de Santo Tomás y pueden estar interesados en él del mismo modo en que yo puedo interesarme por Confucio o por Mahoma. No obstante, por el otro lado, la necesidad de presentar un perfil claramente delineado implicó la necesidad de internarse en los perfiles del pensamiento de quienes pueden pensar de un modo diferente. Si escribo un bosquejo de Nelson principalmente para extranjeros, puedo tener que explicar en forma detallada muchas cosas que todos los ingleses ya saben y, probablemente, tendré que dejar de lado, en aras de la brevedad, muchos detalles que a muchos ingleses les gustaría saber. Pero, por el otro lado, sería difícil escribir una narración muy vívida y emocionante de Nelson ocultando, por completo y al mismo tiempo, el hecho que peleó contra los franceses. Sería fútil hacer un bosquejo de Santo Tomás y ocultar el hecho que peleó contra herejes; y, sin embargo, el hecho en sí puede volver difícil el propósito mismo para el cual se lo emplea. Sólo puedo expresar mi esperanza, y por cierto mi confianza, en que quienes me consideran un hereje difícilmente me reprocharán por expresar mis propias convicciones, y por cierto que no lo harán por expresar las convicciones de mi héroe. Hay solamente un punto en que una cuestión como ésa atañe a esta muy simple narración. Es la convicción – que he expresado una o dos veces a lo largo de la misma – de que el cisma del Siglo XVI no fue en realidad sino la tardía revuelta de los pesimistas del Siglo XIII. Fue un rebrote del antiguo puritanismo agustino contra la liberalidad aristotélica. Sin ello no podría yo colocar mi figura histórica en la Historia. Pero todo esto no tiene más intención que la de ser el rápido bosquejo de una figura en un paisaje y no un paisaje con figuras.

En segundo lugar se desprende que en una simplificación como ésta difícilmente pueda decir mucho del filósofo aparte de mostrar que tenía una filosofía. Para decirlo de algún modo, sólo he dado algunas muestras de esa filosofía. Y, por último, se desprende que resulta prácticamente imposible tratar la teología en forma adecuada. Una dama que conozco tomó un libro con una selección de pasajes comentados de Santo Tomás y comenzó esperanzada a leer una sección que llevaba el inocente título de “La Simplicidad de Dios”. Terminó dejando el libro con un suspiro diciendo: “Bueno, si ésa es Su simplicidad, me pregunto cómo será Su complejidad”. Con todo el respeto que me merece ese excelente comentario tomista, no deseo que este libro sea puesto a un lado luego de la primer ojeada con un suspiro similar. He asumido el punto de vista que la biografía es una introducción a la filosofía, y que la filosofía es una introducción a la teología; y que sólo puedo conducir al lector justo hasta pasar la primera etapa del relato.

En tercer lugar no he creído necesario tener en cuenta a esos críticos que, de tanto en tanto, adulan desesperadamente a la tribuna reimprimiendo párrafos de la demonología medieval con la esperanza de horrorizar al público moderno tan sólo con un lenguaje poco familiar. He dado por supuesto que las personas cultas saben que Aquino y sus contemporáneos – y todos sus adversarios durante los siglos posteriores – creían por cierto en demonios y en hechos similares, pero no he creído que valía la pena mencionarlos aquí por la simple razón de que no contribuyen a destacar o a distinguir el retrato. En todo eso no hubo disidencias entre teólogos protestantes o católicos durante todos los cientos de años en que existió teología en absoluto; y Santo Tomás no se destaca por sostener esos puntos de vista, excepto por sostenerlos más bien de un modo moderado. No he discutido cuestiones como ésa, no porque tenga alguna razón para ocultarlas, sino porque de ningún modo conciernen a esa persona que aquí es mi objetivo presentar. De todos modos, difícilmente haya espacio en un marco como ése para una figura como ésta.

I - Sobre dos frailes

Séame permitido anticipar un comentario nombrando a una notoria personalidad que irrumpe por dónde hasta los ángeles del Doctor Angélico podrían tener temor de transitar. Hace algún tiempo escribí un pequeño libro del tipo y forma de éste sobre San Francisco de Asís; y tiempo después (ya no sé ni cuando ni cómo, según dice la canción, y por cierto que no sé por qué) prometí escribir un libro del mismo tamaño, o de la misma brevedad, sobre Santo Tomás de Aquino. La promesa fue franciscana sólo en su temeridad; y el paralelo estuvo lejos de ser tomista en su lógica. Se puede hacer un bosquejo de San Francisco; pero de Santo Tomás sólo se puede hacer un plano como el de una ciudad laberíntica. Y aun así, en cierto sentido, Santo Tomás podría caber en un libro mucho más extenso o en uno mucho más breve. Lo que realmente sabemos de su vida podría ser tratado con razonable justicia en unas pocas páginas; porque no desapareció, como San Francisco, en una profusión de anécdotas personales y leyendas populares. Por el contrario, lo que sabemos, o podríamos saber, o eventualmente tendríamos la suerte de aprender de su trabajo, probablemente llenará más bibliotecas en el futuro que las que llenó en el pasado. Fue lícito bosquejar a San Francisco en un esbozo; pero en el caso de Santo Tomás todo depende del llenado del esbozo. De algún modo fue hasta medieval el iluminar una miniatura del Poverello cuyo mismo título es un diminutivo. Pero el hacer un digesto, en forma condensada, del Buey Mudo de Sicilia excede todos los intentos compilatorios en cuanto a tratar de poner un buey dentro de una taza de té. Pero debemos tener fe en que es posible hacer un esbozo biográfico, ahora que cualquiera parece ser capaz de escribir un esbozo de la Historia, o bien un esbozo de cualquier cosa. Sólo que en el presente caso, la talla del esbozo es más bien de dimensiones sobredimensionadas. El hábito que podría contener al colosal fraile no figura en el inventario.

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